MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

viernes, 29 de enero de 2010

LA VACA LOCA.

En Copacabana el pueblo en que me crié hay una festividad religiosa que nos llenaba de contento a los niños. La Virgen de la Asunción, es la patrona del pueblo, es una imagen hermosa que ocupa la parte principal de Iglesia y que los feligreses adoran entrañablemente.
En agosto, los días 14 y 15, se rinde tributo a la reina del cielo. Para aquellas calendas, cuando la mosedad era mi compañera, pues no habían transcurrido como ahora: 25.550 días, 1.533.000 horas y 91.980.000 minutos, toda la municipalidad se preparaba con anticipación a la llegada de esos días. No había rincón en el poblado, ni familia que aunque pobre, no hiciera esfuerzos para estrenar su vestido nuevo. Las niñas se alargaban sus faldas y se ponían zapatos de tacón alto, se veían ya cómo toda una mujer y los niños...lo mismo de siempre. Pantalón y camisa, pero nos sentíamos orgullosos.
El 14 se llevaban acabo en el marco de la plaza jolgorios, la multitud invadía el contorno, las cantinas estaban llenas de los mayores que se emborrachaban hasta quedar cómo unas cubas; los enamorados se sentaban en las bancas a jurarse amor "eterno", las solteronas a criticar desde el atrio y después de haber comulgado, a todo aquel que pasara junto a ellas y los niños correteando como locos por los andenes y calles, llevándonos por delante a quien por desgracia se nos atravesara, pero faltaba lo mejor. Del campo llegaban los polvoreros. El cielo se iluminaba de fuegos artificiales. Voladores subían, estallaban y luces de colores brotaban como por encanto; tacos hacían vibrar con la explosión la tierra y para el final dejaban "la vaca loca", hacían con caña una imitación del animal, pero relleno de pólvora. La prendían y un hombre emprendía veloz carrera arrastrándola por todas partes. La gente corría despavorida por el temor a quemaduras, eso se volvía un maremágnum. Estrenes perdidos, zapatos sin tacones, peinados destrozados, gafas por el suelo, pañolones de ancianas rotos y los niños...muertos de la risa. ¿Podrá haber algo mejor?

viernes, 22 de enero de 2010

martes, 19 de enero de 2010

DEMOS UNA OJEADA.


fotos Carlos Munera.
No había lugar comercial en que no estuviera colgado este cuadro para mostrar a los clientes que el propietario, no estaba dispuesto a fiar, pues no era buen negocio. El flaco, mostraba hasta donde lo había llevado su ingenuidad, estaba quebrado. En cambio el que vendió al contado, era rozagante, imponente y triunfador. Creo que ya es muy poco el que lo exhibe por el temor de que le digan que está pasado de moda.

Colombia tiene cómo patrono al Corazón de Jesús desde hace mucho tiempo, no podía faltar en los hogares su imagen que estaba colocada en la sala lugar dónde se reunían al caer la tarde para rezar el Santo Rosario en unión familiar y allí con devoción le pedían por la salud, la prosperidad, por aquel hijo que estaba ausente, rogaban para que nunca les faltara el alimento y que la paz se mantuviera siempre en el hogar. Ya este cuadro sólo lo tienen los coleccionistas que pagaron a sus dueños unas monedas, cómo aquellas que recibió Judas...


Por ser el menor del hogar me tocaba acompañar a mi padre los domingos al mercado que se hacía en el parque del pueblo al aire libre. Mi progenitor se marchaba para Misa y me encargaba de comprar el grano: Maíz, arroz, fríjol, papas y todo esto se medía con éstos utensilios que se componían de pucha, media pucha y cuartillo, elementos honrados, porque no se podían manipular por el dueño, se llenaban con el artículo y se les pasaba una tabla que servía de rasero y ahí estaba la medida exacta. ¡Tecnología de buenas costumbres!



Salíamos de la escuela a las 3 y media de la tarde como almas que lleva el diablo, era cómo si estuviéramos compitiendo en los 100 metros planos y todo por llegar de primeros al costado nororiental de la paza dónde se encontraban unos frondosos árboles de mango. Arriba se encontraba un ayudante de los carros de escalera que la gente llamaban "fogoneros", sacudiendo las ramas de dónde colgaban los frutos, muchos caían al suelo y era allí, cuando nos lanzábamos al suelo para agarrar lo que podíamos. Manos aporreadas, maletas y cuadernos regados por el pavimento, rodillas con laceraciones. Por uno de esos mangos se formaban peleas que los ayudantes instigaban: "no te dejes pegar, rompéle la nariz". Se escuchaba el pito del policía y la plaza quedaba vacía, sólo en el piso se veían: hojas de cuaderno, uno que otro lápiz, botones de camisa y en el traganiquel se escuchaba el son de un disco que resonaba en los cuatro costados y que aún se escucha en mi corazón.



lunes, 4 de enero de 2010

"CAÑENGO".


Al recostarme en una hamaca y estimulado por su balanceo, se espolea como por arte de magia el recuerdo. Van pasando momentos gratos a quienes les doy paso; aquellos que no lo fueron, los desecho para que no enluten la hermosura del ayer.
Estando muy chico estaba regado por el pueblo las hazañas de un personaje a quien todos llamaban "CAÑENGO" y a quien la mayoría de las personas le atribuían "pacto con el diablo". Algunos comentaban que se trenzaba en peleas con la policía y que de un momento a otro se les desaparecía, que sólo se escuchaba una risa burlona. Otros contaban que, en muchas oportunidades se dejaba capturar después de una riña a cuchillo, pero cuando lo dejaban bien guardado en el calabozo de la cárcel, al pasar un rato, el guardián se asomaba y sólo encontraba la colilla de un cigarrillo todavía echando humo. Decían que se sabía las 33 paradas de la peinilla (arma larga y corto punzante) y, que nadie en muchas leguas a la redonda era capás de enfrentarlo. Todos esos comentarios hicieron que yo a ese personaje le tuviera un miedo innegable.
Era de tez negra, pero de facciones finas. Rectilíneo, de caminar pausado. Usaba sombrero al estilo de Carlos Gardel. De una mirada profunda, con ojos inquisidores que dejaban ver un aire de superioridad. Él sabía que las personas le tenían miedo; muchas, cuando llegaba a una cantina, se retiraba para evitar algún encuentro.

Pasaron muchos inviernos para mí y para Cañengo. Algún día, lo vi muy de cerca. Junto a mi hogar vivía una familia que todos llamaban los sinarinas. Pues nuestro hombre se había enamorado de una de las niñas llamada Fidelina Meneses, se enamoraron tanto que decidieron contraer nupcias y para colmo de males me escogieron a mí como padrino de bodas, yo no quería, pero mi padre, dijo: "Es una obligación, Ud. no se puede negar". Y sí señores. Cuando menos pensé estaba en la iglesia llevando al intrépido personaje hasta el altar.
El matrimonio duró muy poco. Cañengo se dedicó a la bebida y borracho nadie lo respetaba. Era ya un anciano y el temor de las personas, se convirtió en odio. Un buen día, como le pasa a todo guapetón, encontró la horma de su zapato y saliendo de una de las cantinas que rodeaban el marco de la plaza, fue acribillado a puñal hasta dejarlo sin vida.
Creo que hoy nadie lo recuerde, aunque yo sí, pues soy el padrino de matrimonio y uno de los que más le tenía miedo.