MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 25 de agosto de 2010

AIRE PARA MI COMETA.


Foto de Internet.
Por allá por el mes de agosto, cuando la naturaleza en su sabiduría, hacía que el viento soplara más, los niños empezábamos a construir las bellas cometas hechas de varillas de caña brava, que pulidas y amarradas con hilo, en forma de: barriletes, redondas, exagonales y forradas con papel de globo o con uno que era más fino y brillante, rojos, verdes, amarillos; con los que forrábamos los esqueletos, terminada la empapelada, seguía lo más difícil, que lo era la postura de los "tirantes". Muchas veces los padres tenían que colaborar, porque sino quedaban distribuidos equitativamente, la cometa en su vuelo, quedaba tirando para un lado y de seguro iba a dar al suelo, con el peligro de que una de sus puntas se desastillaba o que el papel se rompiera; también que algo similar aconteciera, tenía que ver con la construcción de la cola que en la elaboración se llenaba con pedazos de la "combinación" de la mamá, una funda de almohada o de los calzoncillos del padre.


Foto Francisco Almela y Vives.
Con la envoltura del hilo en un trozo de palo, estaba completo el avío. Partíamos entonces para el morro del cementerio, para la cancha Gaspar de Rodas, para las vegas del río y de allí lanzábamos al aire nuestras cometas, que llenaban el cielo de alegría y color y abajo nuestros corazones retumbaban; la respiración agitada al verla que se elevaba y se alejaba de nuestras manos cómo queriendo huir. Recobrábamos el hilo, para después volver a soltar. Le enviábamos "telegramas" que le poníamos con papelitos de periódico o con hojitas de los cuadernos, a los que le hacíamos un pequeño hueco en la mitad y lo introducíamos por dentro del hilo, el viento hacía el resto, llevándolo lentamente hasta la propia cometa; esto nos daba tanta alegría que dejábamos escapar un tremendo grito de triunfo. Pero no todo era satisfacción en nuestro juego. Muchas veces el viento era demaciado fuerte y reventaba el hilo y eso casi siempre sucedía cuando la cometa estaba más lejos. Se comenzaba con no perder de vista la comenta y seguir por dónde estaba regado el hilo "calabrés", se iba envolviendo hasta por allá muy lejos y vuelta trizas encontrábamos a la que se había soltado y sin permiso. Llorábamos al escondido para que nuestros compañeritos no se burlaran. Ya para que hilo, ni nada, sí nuestra cometa no servía. Otras ocasiones pasaba lo mismo, no ya por el fuerte viento, si no que el hilo estaba gastado y débil. Pero resultó otro problema y éste sí más grave.



Muchachos del barrio la Azulita que hacían cometas más grandes que se llamaban "media mesa y mesa" empezaron a ponerles cuchillas de afeitar en las colas y cuando las nuestras, tan chiquitas y queridas estaban bien altas, se las pasaban y cortaban el hilo de las nuestras, se "capaban" el hilo (lo robaban), hasta la cometa y sí uno se atrevía a decir algo, no era difícil que le pegaran.
Hoy quisiera tener mi cometa, subir al morro más alto, tener una madeja de hilo tan largo que llegara a Dios, poner el telegráma, que el viento sople y sople...hasta que llegue al cielo y el Supremo Hacedor lo vea, Él encuentre ese pedacito con la palabra PAZ.


miércoles, 18 de agosto de 2010

MEMORIAS DISUELTAS.

Foto David Lida.
En el costado norte del parque de Copacabana existían unas cantinas, de la que más recuerdo es la que se llamaba "Café Pielroja", manejada por "Mamparo", hombre alto y de genio disparejo que por cualquier cosa estaba dispuesto a dar peinilla. Tenía su traganíquel -piano decíamos en aquel tiempo-, aquellos en que una gota de aceite, subía y bajaba por unos canales y que se veía muy hermoso con su iluminación interna. Para echarle las monedas tenía unas palancas en las que estaba diseñadas las formas de las monedas de centavo, de dos y de cinco, las que uno introducía y empujaba para que fuera a parar al "estómago" o monedero, que hacía funcionar el intrincado mecanismo.
Foto de Internet.
Se escuchaba un rumor y acto seguido un émbolo subía con su negro compañero (el disco), al que un brazo metálico le echaba mano y como por encanto dejaba escuchar la melodía de aquellos tiempos. Aquel café o cantina, era visitado por lindos ejemplares campesinos de: "Quebrada Arriba", "Cabuyal", "La Veta", "Peñolcito", "Tablazo", "Noral", "El Pedregal y "El convento". Ellos se paraban en frente de tan lujosos aparatos con sus sombreros echados para atrás, la ruana terciada, la bota del pantalón "campana" y su inseparable peinilla tres rayas de 18 pulgadas empretinada, encartuchada en cuero con decorativos ramales. Metían las monedas para escuchar el disco de su gusto cómo aquel de: "La Lancha", cantada por el Dueto de Antaño, "El Jibarito", "Señora Doña Rosa", o aquel que decía: "Allá de tras de la montaña donde se oculta temprano el sol"; o aquellos del día de la madre, cuando nos poníamos un clavel rojo los que la tuviéramos viva y el blanco, a los que por desgracia ya la habían perdido.

Foto de Internet.
Alguien contaba que en esas cantinas, precisamente en el día de nuestras progenitoras, uno de ellos (los campesinos), oyendo un "madrazo" bien sentimental, levantándose con cuidado para no ir a tirar al suelo los envases de cerveza, que ocupaban todo el círculo de la mesa, dijo:"Quien tuviera la madre muerta para beberse ese disco". El que quisiera pelea, no tenía más que decir que no le gustaba el disco o "tumbarlo", para que por todas partes volaran botellas, vasos y demás enseres de la cantina. Relucían cuchillos, peinillas y navajas castradoras, que el Dr. Correa, mientras no fueran de gravedad curaba.
¡Que la memoria no nos abandone jamás!


miércoles, 11 de agosto de 2010

EL DÍA DEL NIÑO EN EL AYER.


Hace ya muchos años se celebraba el día del niño en las escuelas y que era el mejor regalo que los maestros nos hacían.
Ese día del niño también se realizaban otros actos con los que gozábamos cómo locos. Los más grandes en compañía de alguno de los maestros se traían una larga y pesada vara de guauda, la que empotraban en el centro del patio, la llenaban de juguetes, ropa y demás cachivaches que a los maestros se les ocurriera. La embadurnaban con grasa de carro o manteca, que la dejaban tan lisa, que ni un gato herrado la podía subir; sin embargo hasta lo más alto se encaramaba uno de mis condiscípulos, siempre sentí admiración por el que lograba la hazaña, los de abajo quedábamos siempre a la espera, de lo que al "mico" se le caía, pescábamos algo que ocultábamos y que casi siempre eran confites.


Foto de Juan Carlos Villamizar.
La carrera de encostalados, en la que sí participaba, dónde nunca gané, -creo que por mi tamaño-. Salíamos cómo locos dando saltos de rana, nos empujábamos hasta caer y el más "vivo" y rápido llegaba a la meta. Más regalos. Lápices, borradores, cajitas muy bellas y en sus estuches estaban las acuarelas, carritos de madera y las famosas loterías.

Claro que no podía faltar la olla de miel. Que consistía en llenar una olla de las más grandes que algún maestro traía de su casa. La miel que en grandes cantidades fueron donadas de alguno de los trapiches, ya del Cabuyal, del Pedregal o del barrio San Juan. Se rifaba entre grupo de niños para saber a quien le correspondía introducir la cabeza y sólo con los dientes coger las monedas que con anterioridad uno de los maestros o algún padre de familia había lanzado al fondo. El que salía ganancioso, ya sin camisa, introducía la "pensadora" y en pocos instantes la sacaba a la superficie sin haber podido sacar ni un sólo centavo. de ésta forma se continuaba hasta que por fin llegaba un héroe que una a una cogía las monedas y todos gritábamos con alegría inaudita. De esta forma pasábamos las horas sin sentirlas, hasta que el rector daba la orden de terminar las festividades y con ese mandato se iban nuestras alegrías, esperando que transcurriera todo un año para volver a hacer los preparativos. ¿Dónde estarán los maestros? ¿Qué se harían los compañeros? ¿Y dónde nuestros juegos juveniles habrán ido a parar?


miércoles, 4 de agosto de 2010

¡DÍGALE QUE LO MOTILE BIEN!


foto de Internet.
Sí. Había llegado la hora. Ya iba de la mano de mi padre rumbo a la peluquería de Víctor Gallo. No sé el porque le tenía cómo un miedito a tal acontecimiento, que para el resto de los humanos, era normal.
En la puerta y recostado a un taburete, se encontraba Don Víctor, un hombre alto y de buena contextura, empezando a canar, que llenaba de humo la habitación que salía del tabaco que no podía faltar en su boca. Como era tan pequeño, él ponía una tabla que atravesaba la silla y tomándome por los brazos de un sólo impulso me acomodaba. Mientras él me cubría con una sábana blanca impecablemente limpia -aunque no podían faltar algunos pelitos del anterior motilado y que me picaban-, yo miraba los utensilios que emplearía que estaban acomodados en repisas de vidrio. Allí se encontraban en frascos con alcohol las tijeras, más allá la barbera, unas peritas que al apretar salía un talco, la brocha para untar el jabón, la maquina para desbastar el cabello, la "piedralumbre" para matar las infecciones, las tijeras y la piedra para amolar.

Foto de Internet.
Y ya bien acomodado comenzaba la faena. Cerca de mis oídos escuchaba el movimiento constante de las tijeras que eran manipuladas con un ritmo casi musical, sentía cómo se deslizaba el peine por entre mi cabello -con algunos tirones- que él disimulaba diciendo: "no te peinaste bien" y seguía cómo sí nada hubiera pasado, claro, el dolor era sólo mío. Caían al suelo los pedazos de pelo más pesados, porque los más pequeños, o se me pegaban en los ojos, o se me entraban por la nariz, lo que hacía que me diera ganas de estornudar. Todos esos inconvenientes hacía que dicho programa no fuera nunca de mi agrado, ¿Pero quien podía aguantar a mis padres? Con sólo que algunos pelitos se treparan por encima de las orejas y..."mijo, ya es hora que se motile", ¿que le quedaba a uno por hacer?, ¡someterse a la tortura!.




Mientras Don Víctor estaba en su trabajo, mi padre se leía o hacía que lo hacía, revistas viejas, que por el pasar de tantas manos, estaban descoloridas y sus letras borrosas lo que se volvía cómo acertijo que mi progenitor ignoraba pasando las hojas hasta llegar a su fin, que era cuando yo ya estaba bajando en los brazos de Víctor de mi pedestal y quien manifestaba con cierto orgullo: "quedó muy bien el niño".





No puedo olvidar que cuando ya estaba motilado mi peluquero de la repisa, tomaba la primer perita y oprimiéndola, salían chorros de alcohol que los esparcía por la nuca y detrás de las orejas que de inmediato me hacían ver el diablo ya que la barbera de una manera u otra me habían hecho pequeñas cortadas. Tomaba la otra perita que brotaba al oprimir algún talco que me caía cómo una bendición, pues me calmaba el ardor.

De la silla estaba pegado una tira de cuero en la que alisaba o asentaba la barbera para que ésta tomara más filo, ese sí era todo un espectáculo para mí ya que lo hacía con suma rapidez y con unos golpes acompasados, que me dejaron siempre con la boca abierta. Adiós Don Víctor estoy muy agradecido decía mi padre en aquel tiempo, hoy, yo digo lo mismo.