MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 31 de agosto de 2011

LOS HUEVOS DE ORO.




Copacabana Antioquia Colombia.
"El hombre de bien exige todo de sí mismo; el hombre mediocre espera todo de los otros". (Confucio).




La madre naturaleza (tan fregadita ella), incorporó bellas y grandes montañas a aquel lugar. Sus tejados enmohecidos por el tiempo y copados de historia se divisaban desde las alturas. Todo pueblo que se respete tiene su leyenda que es arrullada desde la cuna de los niños, que crecen maravillados por los relatos de los viejos que de tabaco en boca la narran con vehemencia. En un monte hacia el norte, que parte el valle para dar paso al río, nace la historia que a los habitantes, en especial a los niños, mantiene en vilo y que expectantes, quisieran descubrir la realidad. La historia oral viene de generación en generación y muchos han llegado a comentar que ellos han visto con sus propios ojos, pero que la aparición les hizo perder el conocimiento y no recuerdan qué pasó después.



Foto de Internet.
El caso es: Que hace muchísimos años, alguien que merodeaba por el lugar en busca de leña para el fogón, de una piedra medio tapada por la maleza, salió una gallina con sus pollitos, cuando nuestro hombre miró el nido, encontró para su asombro unos huevos de oro, que al querer cogerlos, éstos desaparecieron. Se comenta, qué sólo logrará hacerlos suyos aquella persona limpia de corazón, que no posea envidia, ni egoísmo y ame a los más necesitados. ¿Será qué, el mundo es tan malo, que hasta el presente, la gallina sigue merodeando con sus hijos por la cima del Ancón y los huevos de oro en el sitio en que los vieron por primera vez? Se ha dicho que son muchos los que se han embarcado en la aventura y no encontraron nada, sólo el cansancio de la subida hasta la cima o el "guayabo" dejado por la ingesta de "tapetusa" (licor de contrabando), destilado en la región.







miércoles, 24 de agosto de 2011

HECHAR A VOLAR EL ABEJORRO.



Foto de Internet.

"Quien conoce su ignorancia revela la más profunda sabiduría.


Quien ignora su ignorancia vive en la más profunda ilusión". (Lao-Tsé).



Los fines de semana quedaban libres como el aire. Adiós cargadas de maletas con cuadernos, madrugas al baño aún dormido o aquel temblor en las rodillas, porqué no sabíamos las tareas. Era tan bueno. Nos permitían dormir hasta tarde. Cuando uno se levantaba la madre ya nos tenía el desayuno listo en la mesa. Se salía a buscar a los amigos para empezar las travesuras juveniles cómo aquella de adentrarnos por caminos llenos de estacones que dividían las propiedades con peligrosas púas de los alambres en donde muchas veces se quedaron engarzadas camisas y pantalones, allí, los abejorros habían hecho su morada. Con toda curiosidad íbamos hurgando el pequeño orificio hasta ver asomar ya fuera unas patas peludas o unas antenas, que nos manifestaban que el animal estaba próximo a salir.


Foto de Internet.
Tomábamos precauciones para no ser picados y con la velocidad de un felino, le echábamos mano. Sacábamos del bolsillo el hilo que le habíamos extraído del costurero de la mamá y le amarrábamos una de las patas haciéndole un buen nudo, de la forma en que lo hace un cirujano en el quirófano; llenos de alegría lo lanzábamos al aire y como quien eleva una cometa, le soltábamos cuerda o le recobrábamos ¡Era todo un espectáculo! El insecto no parecía que se sintiera incomodo con nuestro juego, más bien, cómo que le gustaba, pues hacía piruetas en el aire quizás para demostrarnos sus innatas habilidades, mientras nosotros en el suelo, degustábamos de algo que no necesitaba aire cómo las cometas y costaba menos y..."colorín colorado, éste cuento se acabado".








miércoles, 17 de agosto de 2011

LAS MENTIRAS DEL MEQUETREFE.




Foto: AMV.

"Si hay algo que me molesta más que no me tomen en serio, es que me tomen demasiado en serio.". Billy Wilder.


Lo que ayer era el hoy del futuro, se convierte en el mañana del pasado y de la historia. El avasallante tiempo deforma las imágenes que guardamos con amor infinito en la secreta de la conciencia. Todo se desploma en el tobogán de las horas con velocidad vertiginosa, se escapa, cambia y "moderniza" . Las buenas costumbres, esa prenda íntima llamada honestidad, el amor nacido del corazón, sin interés proclive y bastardo; la amistad, más fuerte en el dolor, se los ha ido absorbiendo el hoy absoluto. El sentimiento fastuoso del bien, del sentir el dolor ajeno como propio, la caricia sin precio, la bondad sin esperar recompensa; el amor filial, la fidelidad entre parejas, se ha ido convirtiendo en un grito de angustia y soledad. La risa es una mueca escondida en frivolidad; la verdad pide limosna en frente de lo absurdo y se transforma en el payaso que por fuera hace reír, cuando por dentro llora.

Foto: Alex Pérez.
Cuando el escenario se ha llenado, empieza la función. Todos miran con atención el prototipo a seguir, no importa a que esquina del camino los ha de llevar, ese ha de ser el derrotero que ha marcado la sociedad de consumo. ¿Me puedo salir de él? No. ¡Quedarás out lógicamente! Serás el hazmerreir de quienes te rodean, tienes que botar lo poco que te queda de personalidad para estar OK con el maremágnum de lo absurdo.

Nadie comprende o no lo quiere hacer, que los oleajes de destrucción son cada día intensos y envolventes, que la salida está tan lejana que no se otea por espacio alguno la salvación a la hecatombe a que nos ha ido llevando el consumismo indiscriminado de estupideces. Para que decir mañana, sí el hoy, está carcomido por la incertidumbre.




















miércoles, 10 de agosto de 2011

EL MOMENTO DEFINITIVO.


Foto: Carlos Múnera.

"El dolor sino se convierte en verdugo es un gran maestro" (?)

El pajarito trinaba encaramado en el árbol de guayabas y la brisa tiernamente le acariciaba el plumaje. Él lo escuchaba absorto. Se compenetró tanto en el canto, que sin darse cuenta fue entendiendo el gorgojeo de la pequeña ave. Ella le iba diciendo: tienes que ir aceptando lo que no tiene remedio. La muerte es un ciclo y como tal se debe mirar. Ya ha pasado mucho tiempo de qué aquel hombre bueno que te trajo a la vida para prolongar la suya, dijo adiós encumbrándose a lo infinito en la forma en qué lo hacen los seres limpios desposeídos de maldad. Le parecieron palabras justas y llenas de sabiduría las expelidas desde aquella fina garganta. Y seguía la bella ave trinando: Tú dolor puede ser causa de remordimientos. El humano tiene la particularidad de dejar ir los mejores momentos de la vida, engreído en la falacia que lo mantiene absorto alejado de la realidad. Deja pasar los instantes bellos y sinceros por acudir al llamado de la disipación moral, se revuelve en ella cómo el cerdo en el pantano, para después con el correr de los años, llorar por haber perdido el tiempo y lo que pasa, es difícil que regrese a su mismo estado. Él sentía, que aquella reprimenda se la merecía, no había sido un dechado de hijo, que cuando se le brindaba un consejo se sentía agraviado. Sí. Él no supo vivir el instante.


Foto: Carlos Múnera.
La avecilla de colores le dijo adiós con una de sus alas, no sin antes decirle: No creas que te pasa a ti sólo. Construye tú hogar como lo fue el tuyo. Entonces alcanzó a decir tímidamente: gracias y que te vaya bien...

Todo pasó como en un sueño. Pero sabía a ciencia cierta que lo que le dijo en el bello trino, era la realidad que siempre trató de esconder para no ser juzgado con dureza por las nuevas generaciones, Desaprovechó el calor de hogar que la existencia le regaló y fueron las amistades las que coparon su fuerza vital y que ahora en su vejez carcomido por los años reconocía tardíamente el error.

Los que tanto lo amaron yacen en la última morada en espera de una oración ésta sí, llena de verdad y comprensión.







miércoles, 3 de agosto de 2011

QUÉ TRANQUILIDAD...




Foto Carlos Múnera.
"Paga el mal con bien, porque el amor es victorioso en el ataque e invulnerable en la defensa". Lao-Tsé.


El niño había llegado de la escuela cargando la maleta con unos pocos cuadernos. La madre le tenía servido espumoso chocolate acompañado de quesito y arepa calentada en el fogón de carbón; le había untado mantequilla campesina lo mismo al pan. Cuando hubo descansado lo envió a casa de Misiá Florentina que quedaba diagonal. La puerta estaba abierta pero a él, le enseñaron que debía tocar. Así lo hizo. La saludó con cortesía y se quedó esperando que le entregara una pequeña olla con mazamorra. Se despidió y agradeció el obsequio. Por aquellos tiempos cuando aún el diablo estaba pequeño se acostumbraba intercambiar viandas, era un hecho normal entre vecinos.

Foto Carlos Múnera.


Recostado sobre la cama no sabía si recordar el pasado fuera malo, pero se dijo: ¡Es peor el olvido! Se le vino a la memoria en ese instante, las casonas de antaño con sus puertas anchas trancadas por dentro con aldabas de hierro, las ventanas con cortinas de crochet, con un estrado donde las mujeres atendían al novio separados por los barrotes en madera torneados; los tejados enegrecidos por el tiempo, zócalos pintados del color de la puerta, É l no quería olvidar aquellas salas amplias con el daguerrotipo familiar; cuadros con la estampa de hijos e hijas que tomaron el camino religioso. Sobresalía el de los abuelos retocados y vestidos a la usanza: Mantilla, moña, peineta ella, él, con su sombrero, bigote espeso, camisa blanca almidonada, carriel terciado desde el hombro izquierdo. No podía olvidar cuando llegaban la visitas. Ningún niño podía permanecer en la habitación, era cómo sí se fuera a presentar una película xxx de hoy. La voz del padre se hacía escuchar: ¡Todos ustedes a dormir! Ésto nos llenaba de curiosidad. ¿Qué estará pasando allí? Se trataba por todos los medios de averiguarlo, pero por las paredes solo murmullos alcánzabamos a escuchar o una que otra risotada que creaba más ansiedad: No falta allí la imagen del Corazón de Jesús en el centro adornado con flores del jardín casero y alguna luz que lo iluminara.


Después de haber ingerido el alimento vespertino, se congregaba toda la familia a rezar el Rosario para dar gracias a Dios por los que la conformaban sin dejar de pensar en los ausentes...y los vecinos. ¡Era tan patente el recuerdo, que se alcanzaban a oír las letanías!