MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

RECORRIDO POR EL TIEMPO.

Para todos de corazón.

“La vida siempre será en gran medida lo que hacemos nosotros de ella.” (Samuel Smiles)


S
e sentía cansado. A su ya larga edad… ¿cuántos años? Para que pensar en ello. La noche se había desprendido desde las bellas cordilleras. Por las del occidente, un sol casi moribundo le daba paso a las incipientes tinieblas. No supo cómo ni cuándo se vio montado sobre brioso corcel que lo incitaba con la brida, para empezar el largo viaje.
Aferrado fuertemente a las ijadas empezó a ver las techumbres de las casas antiguas, de la ciudad en que vio la primera luz, observaba, la amabilidad de sus gentes y la sencillez en la manera de comportarse. La animosa cabalgadura relinchó siguiendo la marcha y en un santiamén llegó hasta el pueblo en que supo escribir su nombre garrapateado con el lápiz; dando vueltas por el parque, veía a los campesinos descargar las cosechas que la madre tierra les brindaba, después del sudor honesto a cada golpe del azadón; podía ver en la callosidad de las manos, la honestidad guardada en el corazón, para repartirla con sus paisanos. El galope se hizo cansino al empezar la subida por los años de juventud. No pudo quitar la mirada a la vera del camino, en las que estaba diseminada las locuras de la irresponsabilidad: licor a borbollones, asistencias a casas de escasa reputación, en que el dinero caía en manos de mujeres que vendían su cuerpo pidiendo rapidez, porque alguien más estaba a la espera. Aventuras insípidas y perturbadoras de la paz hogareña, con regreso de experiencias y bolsillos rotos. Enamoramientos casuales y vertiginosos en que no quedaron estampados en la memoria ni en la de él y menos en la Dulcinea de turno. Seguían por trocha hacía arriba, el alazán, estaba lleno de espuma de su sudor y del hocico la baba le colgaba, era muestra fehaciente que las fuerzas brutas estaban a punto de estallar, se compadeció de la montura y esperó llegar a la cima en que 

Una calle de Copacabana.
divisó un pequeño plan engalanado con verde césped, se apeó, le quitó el arnés para que pudiera alimentarse libremente; se dirigió hasta un árbol frondoso en que al amparo de su sombra pastaba un asno. Se subió a él, su mansedumbre compaginaba con los años que aún le quedaban por recorrer.
Le dijo adiós a su brioso acompañante y subido en el jumento en que no necesitaba ni cuerdas ni lazos para guiarlo, solo con el movimiento de sus piernas, empezó la travesía. Con  lentitud, pero con paso firme del animal, podía mirar la belleza del paisaje que lo rodeaba; pasaban sin ningún inconveniente junto a tenebrosos abismos; miraba hasta la lontananza y apenas si percibía el punto equidistante entre el ayer y el hoy, pero éste, era tan pasivo y lleno de experiencia, que creía que estaba viviendo por fin su mejor época.    


miércoles, 18 de diciembre de 2013

OH LOS ABUELOS

Campanario de la capilla de Santa Elena.

Para los que quieren cantar, siempre habrá una melodía a su disposición en el aire.” (Leonardo Boff)

H
ace tanto tiempo que esto sucedía, que el recuerdo que guarda la memoria es borroso y hasta miedo da, que se pueda decir embustes.
Los papás de nuestros padres, a quienes se conocen como abuelos, desde la metida de pata de Adán, eran unas figuras idealizadas por la recua de hijos que los fines de semana, días festivos, cumpleaños y con mayor presencia los diciembres, hacían aparición por todos los vericuetos de la casa paternal con la algarabía propia de los niños. El silencio del hogar de los dos viejos, se rompía en mil pedazos, como aquellas ollas de piñata. Se escuchaban regaños, gritos, carcajadas y hasta el fuete salía a relucir, para recobrar la calma. Esa propiedad en que las parteras, habían recibido entre frazadas y agua caliente a los primeros pobladores traídos por la cigüeña, era el pedestal de una estirpe de personas laboriosas y honestas.

Los ancianos abuelos eran el centro del amor de nietos, hijos y nueras. Los colmaban de besos, caricias respetuosas. Todos se reunían alrededor del patriarca a la espera de escuchar de su boca, la sarta de experiencias acumuladas en el transcurrir de las hojas del almanaque. No se escuchaba, ni el zumbido de una mosca. Contaba el viejo barón, de sus peripecias: de serenatas al pie de una ventana engalanada de flores, en que la más hermosa era la amada de turno; reía cuando mencionaba las locuras de juventud y lloraba al hablar la desaparición de sus padres; le ponía énfasis al valor del estudio, pues sabía que sin él, la vida se llenaba de obstáculos y les narraba con pasión, el instante en que había conocido a la esposa, la ternura y respeto durante el noviazgo y de aquel primer beso a escondidas. Todos a una, los abrazaban a sabiendas que 

Cecilia ante los deleites de navidad

allí, estaba el principio de una generación a quienes ellos debían amar y respetar. En ese tiempo, aún no se habían convertido en las mulas de carga, ni eran los tapa huecos de la irresponsabilidad.    

miércoles, 11 de diciembre de 2013

YA NO HABITAN EN LAS MENTES.

Mujer indígena con su bebé.
“No creo en la casualidad ni en la necesidad. Mi voluntad es el destino.” (John Milton)

Es curiosa la manía de estar comparando en cada momento que se presenta, la diferencia de las épocas. Claro, los que ya no nos cocinamos, ni con tres aguas, aferrados a defender el tiempo ido y, los muchachos de la actual generación cibernética, en que la tecnología, les borró de un tajo, la imaginación. En el ayer, padres y maestros estaban de acuerdo en crear en las mentes de los niños, notas de urbanidad que les formara un mañana en que la cultura, les abriera caminos. Se saludaba al llegar y se despedía de mano; los mayores eran respetados y se les escuchaba con devoción; las damas, eran prenda de acatamiento, admiración, se las trataba con la delicadeza de un pétalo, pero se hacía énfasis en aquellas que llevaban en su vientre, la bendición de un hijo; ellas, entendían ese tributo, aceptándolo con alegría y beneplácito. Era de regocijo salir abrir la puerta, cuando se escuchaban tres golpes de llamado, pues se sabía que alguien culto, anunciaba su llegada. En la calle la gente se saludaba indiscriminadamente, haciendo una pequeña inclinación y los señores, levantando el sombrero con gracia en especial, si aquella era una mujer. Todo anterior desapareció del contexto, aunque algunas sobras, quedan en los pueblos, en especial en las personas de los campos, en que la tradición se guarda en cofres lacrados de honestidad y decoro.


Mi nieto en sus grados
En el hoy, todo se hace tan rápido, que no queda tiempo para “bobadas” según la expresión unánime de los nuevos habitantes de un mundo tecnológicamente inhumano.
Desaparecieron las palabras bellas y románticas, se le hizo entierro de primera a los poemas y a los poetas, se tiraron al fondo del mar a la elegancia de los buenos modales y las damas y los caballeros se hicieron iguales para brotar el irrespeto, asesinando de un solo tiro las delicias del amor, que brota del corazón y no de la pasión a la que empuja el sexo.
Feliz navidad en paz, para todos aquellos que me engalanan con su lectura y feliz año nuevo.


miércoles, 4 de diciembre de 2013

CON LA LLEGADA DE DICIEMBRE

Abuelo enseñando amar

“El arte deriva de un deseo de la persona para comunicarse con otro” (Edvard Munch)
Es imposible que en la tranquilidad brindada por los años, la mente no direccione sus miradas al deleite del pasado. No es fácil dejar de añorar la época en que el temor, hacía alejar todo lo mezquino; ponía talanqueras ante las aberraciones, a la incultura y la desfachatez. Viajar por el túnel del tiempo, es maravilloso, igual, que aspirar el perfume de la flor o, saborear el beso de una madre. Una de esas dulces añoranzas es el tiempo decembrino. Cuando expiraba el mes de los difuntos (noviembre) y, sus lluvias se evacuaban con el aparecer en el firmamento: sol radiante, mañanas primaverales, canto de aves, capullos que se abren en colorida flor, que se repite por la polinización que las abejas hacen en sus vuelos; airecillo fresco que cruza el espacio, moviendo tímidamente las cabelleras despeinadas de los mozuelos, invitándolos al disfrute al amanecer de un nuevo día. Ese recorrido por el ayer, es un bálsamo abrazador que mitiga en buena parte, la hecatombe de un hoy, que es el antípoda de ese pretérito.
Con la finalización del año escolar, se abrían las puertas de la diversión. Se sacaban de los baúles: caucheras, trompos, pirinolas, canicas, la pelota de caucho; los carritos de madera con sus balineros veloces, culpables de castigos, porque detrás de ellos, se iban hechos trizas nuestras vestimentas. Cuando por los aires se expandía el olor de las viandas de noche buena en cada hogar, el globo se elevaba majestuoso por sobre los tejados o se formaba la algarabía de los niños para coger uno de ellos, cuando en picada, se venía a tierra. No cabía en el alma tanta alegría y en el cuerpo, el desbordante apetito impulsado por el olor despedido desde la cocina, cuando en la olla la que fue la gallina colorada, estaba a punto de llevarse a la mesa, nadando por piezas en un caldo amarillo por el azafrán. La familia reunida, antes de engullirla, le daba gracias al Creador, por no faltar el alimento en el hogar. Nadie quedaba con hambre y hasta el vecino, recibía su porción. 
Alumbrado navideño
No existían aparatos tecnológicos; un radiecito de dos bandas, era el encargado de llenar el ambiente de música bailable y de villancicos que en boca de niños hacían recordar el nacimiento del Mesías, en un humilde pesebre entre un buey y una mula ociosa, que le dio por comerse las pajas, que calentaban el cuerpecito de la gloriosa criatura. El recogimiento de una sociedad apacible, hacía posible, que la paz brillara junto a la estrella avisadora de un divino nacimiento y que la humildad sea la esperanza de un mundo nuevo para toda la humanidad.