MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Y...LO CAZARON

Compartiendo con las palomas.
H
abía pertenecido a la de barra y sobresalía por sus cuentos, el gusto por la música de la Sonora Matancera, la imitación a Daniel Santos y por aquella bicicleta llena perendengues que la hacían diferente a las pocas que existían. Linterna en el frente del manubrio accionado por la dinamo que iba en la llanta trasera; a un lado de la lámpara estaba una corneta que era accionada para llamar la atención de los amigos o de las bellas infantas, que merodeaban por el parque; el galápago estaba cubierto por un pellón de felpa, en ese mismo lugar un poco más abajo estaba colocado un pequeño cofre de cuero en que se guardaban herramientas y un trapo para la limpieza y casi en el mismo lugar, un bombillo rojo para que no fuera a hacer atropellado, pero habían muchos más reflectores de distintos colores adheridos a los radios del aro, que la hacían todo un espectáculo. Claro. No podía estar asunte para completar la parafernalia, un par de espejos en los extremos del manubrio, prestando el servicio de seguridad o bien, para recrear la humana vanidad.
En las tardes frescas y por las calles que circundaban el parque, se escuchaba la bocina, unas luces multicolores giratorias y algo que se olvidó, el timbre. Frenaba donde estaban los amigos, descargando el pedal sobre el borde del andén. Se hablaba de todo, pero al hacerlo de matrimonio, nuestro hombre lo tapaba con el canto de Daniel con la melodía “El Corneta”, muestra inequívoca de temor por la lectura de la epístola de San Pablo. Fueron muchas las damas de categoría y bellas que pusieron los ojos en él, les seguía la corriente por algunos días y nada más; no esperaba que el devaneo se alargara y en poco tiempo pasaba en la cicla tan campante. En uno de esos escapes amorosos, dio con un grupo de mujeres manejadas por una Celestina de pueblo que con socarronería le hizo lavado de cerebro. Una de sus discípulas de poca reputación se fue ganando el corazón de quien era un enemigo acérrimo del himeneo. Se le veía a diario pasar a pie a visitarla, pues el sendero no permitía llegar en su luminoso vehículo. Se apartó de la tertulia, si acaso un saludo y nada más, seguía sin levantar la cabeza. Ya no era el mismo.

El pasado en ruinas.
Jamás nadie se atrevió a hacerle un reproche. Por todas partes se escuchaban los comentarios ¿qué sucedió con aquel hombre parlanchín, enamorado de la música, de la vida agradable, vanidoso y enemigo de entregarse a amoríos que conllevaran responsabilidades? Nadie lo podía creer que alguien tan bien plantado y de familia distinguida, fuera a caer en manos de una escuálida mujer, con pasado oscuro y libidinoso.
Llegó el día en que el asombro amaneció rondando por todas las calles y rodando de casa en casa. El viejo coadjutor los había casado en la misa de cinco. La “Celestina” encabezó el pequeño desfile hasta las gradas del altar. Alguien que estaba observando desde las escalas del púlpito, con voz apagada alcanzó a exclamar echándose la bendición: “de que las hay las hay…”
“¿A qué se debió la caída de Adán y Eva? Nadie supo responder, pues en el campo no es pecado hacer el amor.” (Boris Vian)


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