MÚSICA COLOMBIANA

ASÍ ESTAREMOS HOY.

miércoles, 8 de octubre de 2014

LA VÍSPERA


Banda del Instituto San Luis Copacabana

El mes de agosto era esperado con ansiedad por la chiquillería y, hasta por los mayores, por aquello de los vientos, de igual manera, por la celebración de las fiestas patronales. El Sitios de la Tasajera (nombre antiguo que llevó Copacabana), la culpable de que éstos recuerdos subsistan. Las corrientes fuertes del aire, se prestaban para que las cometas, se treparan como bellos ángeles de papel, sobre el azul celeste del cielo, seguidas desde abajo, por las miradas sonrientes de triunfo del niño, que en sus manos asía con fortaleza el cordel, ligazón entre él y el espacio, invitándolo a volar sin alas empleando el artificio de la imaginación.
El 13 de agosto, día anterior de la adoración del pueblo a su bella patrona, la Virgen de la Asunción; el templo era removido por chucho (Jesús Arango), buscando la forma de embellecer la angelical matrona celestial: flores que habían sido cultivadas con amor en la agreste montaña, por manos callosas de campesinos devotos, se amontonaban perseguidas aún por las abejas. Las hijas de María, entraban y salían con la pulcritud de almas limpias en apoyo de la parafernalia del instante; las damas distinguidas, le daban vida al anda que llevaría a pasear a la patrona, por las estrechas calles, en que una multitud fervorosa le cantaría, al ritmo de las camándulas, amortiguadas por las cachirulas, mantones y pañuelos. En el templo, chucho, dejaba caer desde lo alto, largos ropones con ese azul incólume del manto virginal, que engalanaría el santuario, en que permanecía todo un año para ser venerada. El recogimiento, brotaba por los poros y la sangre hervía en religiosidad en un pueblo de mansedumbre histórica.


Parque principal de Copacabana 1954

El atardecer diáfano y refrescado por la brisa, se iba aglutinando de parroquianos bajados de las veredas, las cantinas eran un hervidero, los niños correteaban por entre las bancas; la banda de músicos iniciaban la retreta con aires autóctonos, mientras los polvoreros se aprestaban a dar rienda suelta a la pirotécnica. Las jovencitas quinceañeras salían a mostrar que se habían subido los tacones y sus piernas estaban acariciadas por las medias veladas; síntoma, de que podían ‘arrimar’ novio a la casa. Cohetes multicolores y estruendosos surcaban los aires iluminando los rostros de manera fugaz, hasta que hacía aparición “la vaca loca”: recámaras, voladores y tacos, salían sin control; por el piso, quedaban tirados: pañolones de viejecillas rezanderas, sombreros y hasta ruanas. Los zapatos nuevos de las jovencitas, de diferentes tamaños, eran una serie de artículos inservibles y de la prenda delicada que cubría las piernas torneadas, eran jirones recubiertos de lágrimas.



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